La hipótesis
genial sobre la cual Galileo apoya su teoría de la caída de los cuerpos
es que dicha caída tiende a producirse con aceleración constante. “Un
cuerpo grave –dice Salviati en la tercera jornada de las
Nuevas Ciencias
– posee por naturaleza la propiedad intrínseca de dirigirse hacia el
centro común de gravedad, o sea, hacia el centro de nuestro globo
terrestre, con movimiento constante y uniformemente acelerado; es decir,
que en tiempos iguales se hacen adiciones iguales de nuevos incrementos
de velocidad. Es cierto que esta aceleración uniforme –agrega- puede
modificarse por la resistencia del medio, que el cuerpo tiene que hender
y desplazar hacia los lados para abrirse paso en su caída”. Sin embargo,
“el ver que la resistencia del aire al poco peso de un globo es enorme,
mientras que al gran peso del plomo es pequeñísima, me hace tener por
seguro que, si el aire desapareciese del todo, ofreciendo así inmensas
facilidades al avance del globo y muy pocas al del plomo, las
velocidades respectivas llegarían a igualarse”1. Con base en
lo anterior, Galileo empieza a estudiar el movimiento naturalmente
acelerado, como ocurriría en el vacío. Para eso establece una serie de
teoremas, de los cuales recordamos los que más nos interesan2.
Teorema
I. El tiempo en que un móvil partiendo del reposo recorre cierto espacio
con movimiento uniformemente acelerado es igual al tiempo que requeriría
para recorrer el mismo espacio con movimiento uniforme, pero con
velocidad mitad de la que adquiere al final de dicho movimiento
acelerado.
En síntesis, la demostración que Galileo da a este teorema es la
siguiente. Sea AB el tiempo de recorrido: A el instante
inicial, B el final y BE la velocidad final (fig. 19).
Como la velocidad crece linealmente con el tiempo, las velocidades en
los diferentes instantes se medirán por los segmentos llevados
paralelamente a EB, empezando en la recta AB y terminando
en la recta AE. Siendo la velocidad el espacio recorrido en la
unidad de tiempo, el área del pequeño trapecio CMND medirá el
espacio recorrido por el móvil en el tempúsculo CD; y el área del
triangulo AEB medirá el espacio total recorrido. Tomemos ahora el
punto medio F del segmento EB, y tracemos el rectángulo ABFG.
Los segmentos AG, CH, DK paralelos a FB
representan velocidades instantáneas de un movimiento uniforme con
velocidad final EB alcanzada con movimiento acelerado; por tanto,
el área del rectángulo ABFG representará el espacio total
recorrido con movimiento uniforme. Pero la igualdad de los triángulos
AIG y EIF, las áreas del triangulo ABE y del
rectángulo ABFG son iguales, resultando también iguales los
espacios recorridos en el tiempo AB en los dos movimientos,
acelerado y uniforme.
Teorema
II. Si un móvil partiendo del reposo avanza con movimiento uniformemente
acelerado, los espacios recorridos por él en tiempos cualesquiera son
proporcionales a los cuadrados de dichos tiempos.
En efecto sea CH la velocidad final alcanzada en el tiempo AC;
BE, la alcanzada en el tiempo AB (fig. 20). Los espacios
recorridos en los tiempos mencionados se medirán por las áreas de los
triángulos ACH, ABE, respectivamente. Pero, siendo dichos
triángulos semejantes, sus áreas serán entre sí como los cuadrados de
las alturas AC, AB; o sea, que los espacios serán entre sí
como los cuadrados de los tiempos, según se quería demostrar.
Puesto que las
diferencias de los cuadrados sucesivos son iguales a los subsiguientes
números nones: 1 - 0 = 1, 4 – 1 = 3, 9 – 4 = 5, etc., del teorema II se
infiere como corolario que los espacios recorridos en tiempos iguales,
tomados sucesivamente desde el comienzo del movimiento uniformemente
acelerado, serán entre sí como los números nones 1, 3, 5, 7, …3
Refiriéndose ahora
a la caída natural de los graves (movimiento naturalmente acelerado),
Galileo pasa a considerar la caída sobre planos inclinados. Comienza con
el
Teorema
III. Si un mismo móvil, a partir del reposo, baja sobre un plano
inclinado y sobre otro vertical que cubran el mismo desnivel, los
tiempos totales de descenso son proporcionales a las longitudes de los
planos respectivos.
En efecto, sean (fig. 21) AB el plano vertical, AC el
inclinado. Siendo la misma la aceleración del móvil en dos puntos que
estén al mismo nivel, como E y F, la velocidad alcanzada
en dichos puntos será la misma; y en particular serán iguales las
velocidades finales en B y C. Ahora, por el teorema I, los
espacios AB, AC son los mismos que se cubrirán si el móvil
avanzara durante el tiempo total de descenso con velocidad uniforme que
sea mitad de la velocidad final. Pero, en movimiento uniforme, el tiempo
es proporcional al espacio recorrido; de donde se deriva lo enunciado.
Teorema IV. Los
tiempos de descenso sobre planos de igual longitud, pero de diferente
inclinación, están en proporción inversa a las raíces cuadradas de los
desniveles cubiertos por dichos planos.
En efecto (fig. 22) sean BA y BC las longitudes, iguales
entre sí, de los dos planos inclinados. Por el teorema III, los tiempos
de descenso sobre BA y BE (proyección vertical de BA)
están entre sí como BA:BE; los tiempos de descenso sobre
BC y BD están entre sí como BC:BD=BA:BD.
Indicando con t(BA) el tiempo requerido para recorrer BA y
análogamente los demás, lo anterior puede escribirse
,

y, dividiendo
miembro a miembro.

Pero, por el
teorema II, ;
y esto, remplazado en la igualdad anterior, da
.
Teorema V. Los
tiempos de descenso sobre planos de diferente inclinación y longitud son
directamente proporcionales a las longitudes de los planos e
inversamente a las raíces cuadradas de sus desniveles.
Este teorema es consecuencia inmediata de los teoremas anteriores.
Teorema
VI. Si en una circunferencia vertical se trazan cuerdas con extremo en
el punto más alto (o el más bajo) de la circunferencia misma, los
tiempos de descenso por dichas cuerdas son todos iguales entre sí.
En efecto, sean AB el diámetro y AC una cuerda trazados
por el punto más alto A de la circunferencia vertical ACB (fig.
23). Trazada por C la perpendicular CD al diámetro AB,
resulta por semejanza de los triángulos ABC y CAD que
AB:AC=AC:AD, de donde se obtiene que

y luego

por el teorema III
y la igualdad anterior, se tiene
(1)
y por el teorema
II

relación que,
comparada con la fórmula 1, permite concluir que t(AC)=t(AB). En
otros términos, el tiempo de descenso por la cuerda AC es igual
al tiempo de caída vertical de A a B; y el mismo será el
tiempo de descenso por otra cuerda AE cualquiera. De donde
resulta que t(AC)=t(AE), como afirma el teorema. Un razonamiento
análogo llevaría a comprobar que también t(CB)=t(EB).
Todo lo anterior
parece fuera de discusión; pero no era así para los contemporáneos de
Galileo, quienes lo veían como una novedad absoluta. Dejemos a los
peripatéticos, adversarios empedernidos, y veamos las objeciones de
Descartes que, en esa carta a Mersenne de octubre de 1683 a la cual ya
hicimos referencia {ver La
fuerza del vacío},
acusa a Galileo de haber construido sin fundamento por no proceder con
orden: “Sin haber considerado las causas primeras de la naturaleza, solo
ha buscado las razones de algunos efectos particulares”4.
Concretamente, según Descartes, Galileo hubiera tenido que determinar
primero lo que es la pesantez. Esto revela una actitud diametralmente
opuesta en los dos investigadores. Galileo escribe: “No me parece esta
la ocasión para entrar ahora a investigar la causa de la aceleración del
movimiento natural, en torno a la cual los filósofos han emitido
diversas opiniones… Sería interesante, aunque de poca utilidad, ir
examinando todas estas fantasías. A nuestro autor le basta con que
comprendamos que él quiere investigar y demostrar algunas propiedades de
un movimiento acelerado, cualquiera que sea su causa…; y si nos
encontramos con que las propiedades que serán demostradas luego se
verifican en el movimiento de los graves naturalmente descendientes”,
podremos concluir que tal movimiento es un caso particular de movimiento
acelerado5. Actitud que nos parece absolutamente “moderna”,
por el sencillo motivo de que nosotros seguimos considerando como método
científico al de Galileo. Descartes por el contrario, con su actitud
racionalista, se habría detenido en descubrir qué es la pesantez; y allí
se hubiera quedado, porque esta cuestión, supuesto que tenga sentido, no
ha sido aún resuelta.
La frase completa de
Descartes es la siguiente: “Todo lo que él (Galileo) dice acerca de la
velocidad de los cuerpos que descienden en el vacío, etc., esta
edificado sin cimientos, por que él habría tenido que determinar antes
lo que es pesantez, y si él supiese la verdad, sabría que en el vacío
aquella es nula”. Y más adelante le reprocha que no demuestre, “y no es
exactamente verdadero”, que las velocidades alcanzadas a un mismo nivel
–como en los puntos E y F de la fig. 21- por un móvil que
baja sobre dos planos diferentemente inclinados sean las mismas. “Y como
todo lo que sigue no depende sino de estas dos suposiciones –concluye
Descartes- se puede afirmar que él ha construido totalmente en el aire”.
Aun siendo Descartes 32 años más joven que Galileo, su perspectiva es
más anticuada. Mientras que en Galileo brilla con toda gallardía la
claridad del Renacimiento, en el pensamiento cartesiano se manifiesta
todavía una indeterminación entre lo que es la ciencia y lo que es
metafísica, clara herencia de la Edad Media.
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