EL PERFIL VELOCIDADES |
Señores Académicos, illustres confréres: “hace mucho tiempo, la curiosidad por saber si la visión era más o menos fuerte en el sitio del nervio óptico me llevó a hacer una observación curiosa e inesperada... Pegué sobre un fondo obscuro, poco más o menos a nivel de mis ojos, un círculo de papel blanco, que me serviría como punto de mira fijo, y al mismo tiempo fijé otro a mi lado, hacia mi derecha, a dos pies de distancia del primero, pero algo más abajo… Manteniendo cerrado el ojo izquierdo, me coloqué frente al primer papel y, manteniendo siempre el derecho clavado en él, me fi alejando poco a poco; cuando estuve a nueve pies de distancia aproximadamente, el segundo papel, que tenía como cuatro pulgadas de tamaño, desapareció completamente”61. Quien así se expresaba en una de las primeras reuniones de la Académie des Sciences era el flamante académico Edme Mariotte, de 46 años, que explicaba a los colegas cómo había logrado descubrir la presencia de la mancha ciega en la retina. Un experimento tan elemental que cualquiera hubiera podido realizar; pero ¿a quién se le habría ocurrido sino a él, el modesto pero sagaz prior de Saint-Martin–sous-Beaune? Hombre tranquilo, metódico y minucioso, curioso como ningún otro de los secretos de la naturaleza, ese incansable genio de la experimentación empieza a investigar en el laboratorio de la Academia, con igual perspicacia, los fenómenos que más interesan en su época, y a publicar trabajos y más trabajos. Luego de un tratado sobre nivelación, de 1672, produce en 1676 nada menos que cuatro escritos fundamentales: el tratado sobre choque de los cuerpos, donde desarrolla y completa con pruebas experimentales la investigación de Galileo al respecto y presenta un aparato de percusión con bolas de marfil colgantes: el discurso sobre la naturaleza del aire, donde establece la ley fundamental que afirma que la condensación del aire se produce en proporción de los pesos que lo cargan; la memoria sobre la vegetación de las plantas, en la cual, combatiendo las entelequias y las “causas finales” de los aristotélicos, así como la creencia, común en su tiempo, de que existe un “alma vegetativa” en las plantas (concepto con el que –decía él- los filósofos “no nos vuelven más doctos, porque no nos explican qué es esta alma ni de donde viene”62) investiga los procesos asociados con su alimentación, crecimiento y reproducción; finalmente, el discurso sobre el calor y el frío, donde intenta comprobar que el frío no es, como se pensaba entonces, una substancia o calidad independiente, sino simplemente una privación o disminución del calor. En 1681 aparece el tratado sobre la naturaleza de los colores, en el que Mariotte estudia fenómenos relativos a los rayos solares; allí, entre otras, hallamos la interesante observación de que una lámina de vidrio, mientras se deja atravesar por el calor del sol sin atenuarlo, intercepta casi totalmente el del fuego. Una de las investigaciones más consistentes y sistemáticas fue la que Mariotte realizó en el campo de la mecánica de los fluidos, investigación cuyos detalles y resultados se publicaron solo en 1686, dos años después de su muerte, en el Traité du mouvement des eaux et des autres corps fluides (Tratado del movimiento de las aguas y de los demás cuerpos fluidos). Los primeros pasos de Mariotte se habían dedicado a repetir los experimentos descritos por Pascal en su Traité de l’équlibre des liqueurs, con el propósito de ver si no se hubiera descuidado algún detalle que valiera la pena volver a examinar: empresa muy propia de esa meticulosidad que lo distinguía. Los ensayos de Pascal eran todos de hidrostática: la “máquina para multiplicar fuerzas”, la presión sobre el fondo de vasos de diferentes formas, el equilibrio de una columna de mercurio con un extremo libre y el otro sumido bajo el agua, el empuje que recibe un disco de cuero en contacto con la extremidad sumergida de un tubo, y el principio de Arquímedes; sin contar otros experimentos con el aire, para estudiar efectos de la presión atmosférica. Una vez repetidos estos experimentos obtenidos algunos resultados nuevos, Mariotte empezó a estudiar el agua corriente.
Llegó a plantearse el problema que Castelli no había podido resolver; cómo medir velocidades en el seno de un río. “Hay que considerar –escribía- que el agua de un río no avanza con igual velocidad en su superficie y en otras partes, porque cerca del fondo se atrasa mucho al encontrarse con piedras, maleza y otras irregularidades. Esta diferencia de velocidades la comprobé como sigue. Coloqué dos bolsas de cera, atadas a un cordel de un pie de largo, en un riachuelo de flujo uniforme. Una de ellas estaba lastrada en su interior con piedrecitas, para que su peso específico resultara algo mayor que el del agua, la más pesada estiraba el cordel, y hacía que la más liviana se hundiese más bajo de lo que se habría hundido estando sola. De tal suerte, su parte superior quedaba casi a nivel con la superficie libre del agua, así que el viento no podía afectarla. Siempre he notado que la bola inferior queda atrás, especialmente allá donde el fondo del agua había alguna maleza, cerca de la cual pasaba dicha bola; porque ese riachuelo tenía aproximadamente tres pies de profundidad. Pero, si las mismas bolas se colocaban en un sitio donde el agua, encontrándose con algún obstáculo, subía un poco y luego aceleraba su curso, como vemos acontecer bajo los puentes, la bola inferior se adelantaba a la superior; lo que comprobaba que entonces el agua corría más rápido en el centro que en la superficie, Causa de eso es que el agua, al subir un tanto por razón del obstáculo y luego bajar por un declive más inclinado, adquiere más velocidad; el cual movimiento la obliga a sumergirse, hundiéndose más que el declive de la superficie… Por tanto, resulta que en ríos regulares hay siempre grandes cavidades algo bajo de los puentes, … porque el agua que se eleva, al encontrar las pilas del puente se acelera, y pasa violentamente por debajo de la que tiene encima, [dirigiéndose] hacia el fondo de dónde saca arena, la arrastra a un lugar algo más abajo del puente, y allí la amontona…”63 “Además he observado a menudo malezas arrastradas por el agua; y vi claramente que las que estaban dentro del agua, más cerca del fondo, y que habían avanzado más que las [que están] cerca de la superficie, las superiores las sobrepasaban pronto y las dejaban atrás; y si se echaba al mismo río un puñado de recortes de madera pesada, que llegaban al fondo unos antes que otros, siempre he hallado que los más próximos a la superficie se adelantaban a los demás en un orden proporcional, según estaban más o menos lejos del fondo. De los cuales experimentos aparece que, en ríos que escurren libremente, la parte superior del agua corre más rápido que la que está en el centro, y esta más que la que la próxima al fondo; pero que en los ríos forzados a encauzarse en un canal angosto, confinado por ambos lados, en que no haya más que dos o tres pies de agua, el centro avanza más rápido que la superficie.”64 Estas aserciones pueden interpretarse en el sentido de que, si indicamos con flechas las velocidades correspondientes a varios puntos de una sección vertical AB de un río y trazamos por sus extremos la curva CD, que es lo que suele llamar el “perfil de velocidades” vertical, dicho perfil tendría el aspecto que muestra la figura 59a; mientras que en la sección del canal angosto, se parecería al que se ve en la figura 59b.
El tratado se divide en cinco libros: el primero presenta la “doctrina general” de las velocidades, el segundo considera la medición del agua corriente en canales inclinados aislados, el tercero se refiere a canales horizontales aislados o bien juntos con otros, el cuarto corresponde a canales inclinados simples o múltiples, y el quinto examina modificaciones de los sistemas antes mencionados. El primer libro es más elemental y detallado que los demás; lo cual se hizo, según dice el autor, “para mayor facilidad, y para adaptarme a la capacidad de los “hidrómetros vulgares”, quienes a lo sumo no conocen de geometría sino los Elementos de Euclides; para que ellos, si no entienden los últimos libros, puedan por lo menos servirse útilmente de este primero. En los siguientes, sabiendo que la materia está por encima de sus conocimientos, he querido ser más sucinto y preciso, en cuanto consideraba dirigirme a los matemáticos más eruditos”.66
Finalmente, para determinar
perfiles de velocidades en diferentes secciones, Guglielmini traza la
parábola de Torricelli, BQ, en la sección inicial AB del
canal AE y de ella obtiene las velocidades en las secciones
sucesivas CD, EF, etc., tomándolas como iguales a las
velocidades de caída en los tramos MN, OP, etc.,
correspondientes a puntos del mismo nivel en la normal al piso del
canal, BP (fig. 63). De aquí infiere que, si se desprecia la
resistencia del fondo, ![]() Imágen obtenida de: http://www.nndb.com/people/112/000095824/
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