EL RÍO QUE SE BUSCÓ UN NUEVO CAUCE

La ciudad de Ferrara estaba fundada a orillas del Po, en posición estratégica: allí donde el río se parte en dos brazos, el Volano y el de Primaro (fig. 52). A esta ubicación debía su prosperidad, porque le permitía dominar, a través de su puerto, un activo comercio con el territorio incluido entre ambos ramales, así como el tráfico que bajaba hacia el Adriático, procedente de Pavía, Plasencia y Cremona, y el otro que, llegando de Venecia, remontaba el curso del río.

En el año 1152, debido a una creciente excepcional, el Po se desbordó por su orilla izquierda unas 12 millas arriba de Ferrera, entre Stellata y Bondeno; se abrió camino por una zona baja y, socavando y arrastrando la tierra removida, llegó al mar. La gente de los alrededores acudió al sitio del derrame y, como solía hacer en tales circunstancias, levanto un bordo, cerrando la brecha. Sin embargo, ese nuevo cauce disponible constituía una tentación para los hidráulicos de entonces, pues la posibilidad de desviar por él parte de las aguas en caso de avenidas permitiría proteger de inundaciones a las tierras de Ferrara; así que, unos cincuenta años después, un tal Sicardo de Ficarolo, otro pueblo ribereño de por allí, volvió a abrir esa salida por medio de un tajo. Es cierto que en un mapa de principios de siglo XIV el nuevo brazo de Po no aparece; pero, según las noticias dejadas en 1431 por Ambrogio de Camáldoli acerca de su viaje fluvial hasta Venecia, resulta que ese ramal ya era navegable puesto que Ambrogio lo utilizó. Su existencia se legitimó dándole el nombre de “Po de Venecia”, y se denominó “Po de Ferrara” al tramo antiguo, desde Stellata hasta esa ciudad1.

Ahora, cerca de Bondeno desembocaban en dicho tramo dos afluentes considerables: el Panaro y el Reno (fig. 52), los cuales en sus crecientes arrastraban gran cantidad de tierra y piedras, que luego el Po acarreaba hacia a su estuario. Al reducirse progresivamente el caudal del Po de Ferrara a medida que el de Venecia iba ensanchándose y adquiriendo por erosión más capacidad (tanto que acabaron por llamarlo Po Grande), el primero perdía más y más su poder de arrastre; los acarreos se asentaban en la desembocadura de los afluentes, con la consecuencia de que los lechos de estos y del mismo Po de Ferrara fueron elevándose y refrenando las corrientes respectivas. Así en 1460 el Reno rompió su bordo derecho y se fue a inundar la campiña de Bolonia. ¿De quién sería la culpa? De los de Ferrara, evidentemente; y contra ellos se descargó la cólera de los boloñeses. Era entonces amo de Ferrara Borso de Este, señor apuesto y espléndido, que gustaba de recorrer las calles de la ciudad a caballo, ataviado con trajes suntuosos y cubierto de oro y joyas; hombre cuyo sueño –que logró efectivamente realizar- era conseguir para sí y sus sucesores el título de duque. Un individuo así no se echa para atrás; con señorial largueza Borso firmó un acuerdo con el Papa, de quien dependía Bolonia, comprometiéndose a limpiar el lecho del Reno y así devolver todas sus aguas al Po; y lo hizo.

Naturalmente, la limpieza constituía un remedio momentáneo, ya que con el tiempo los cauces se volvieron a azolvar; en efecto, en 1522 el Reno se desbordó nuevamente. El problema tenía que arreglarse entre el Papa Adriano VI y el duque Alfonso I de Este. Adriano, a pesar de haber sido creado Papa a principios del año, por hallarse entonces en España como gobernador general de ese reino en ausencia de Carlos V, llegó a Roma tan solo a fines de agosto. Nunca había estado en Roma antes, y allí encontró el Estado Pontificio en guerra con Alfonso, lo cual no le gustó nada. Holandés de origen, Adriano era un hombre pacífico y no entendía estos pleitos entre príncipes italianos. Además, Alfonso no era un adversario que se pudiera menospreciar: dejando la vida de corte a su hermano, el célebre cardenal Ippólito, y a su esposa, la todavía más célebre doña Lucrecia Borgia, se dedicaba a su pasión la artillería, y fabricaba excelentes cañones, que vendía luego a los ejércitos en pugna. Así, el problema de Reno sirvió a Adriano para llegar a un acuerdo con Alfonso, quien devolvió otra vez ese río al Po2.

Al finalizar el siglo XVI, el Estado Pontificio había logrado, como sabemos, realizar el antiguo anhelo de entrar en posesión de Ferrara; de modo que los pleitos acerca del Reno se hicieron problemas internos que el Papa procuraba resolver con sus propios medios. Así, en 1623 Urbano VIII llamó a su matemático, el padre Benedetto Castelli, y lo envía como inspector a Ferrara, al sequito de Monseñor Ottavio Corsini, lo que Castelli observó lo relató como sigue: “Siendo que el lecho del Po de Ferrara ya está levantado, resulta que este queda del todo carente de aguas del Po Grande, salvo en los tiempos de sus mayores crecidas; aunque en tales ocasiones, por estar este Po de Ferrara cerrado por una barrera de fondo cerca de Bodeno, también quedaría falto de agua. Pero los señores ferrerenses acostumbran cortar la barrera cuando el Po amenaza romper; y del tajo mana tanta furia de agua, que se ha observado que el Po Grande, en espacio de pocas horas, baja su nivel cerca de un pie”3.

Que un río del ancho del Po baje un pie no parece nada despreciable; y Castelli encuentra a todos muy satisfechos y convencidos de “que sea sumamente provechoso y útil mantener este desfogue, y valerse de él en tiempo de avenidas”. Sin embargo, él tiene sus dudas, porque sabe muy bien que para apreciar el gasto descargado no basta con estimar el volumen de agua en movimiento, sino también la velocidad con que esta se mueve. Es un error el de los que “miden la masa de agua que escurre … por el lecho del Po de Ferrara, y consideran que la masa del Po Grande haya disminuido tanto cuanto es la que escurre por el Po de Ferrara”3.

En efecto –dice Castelli_ admítase que, con las aguas del Po Grande en sus máximos niveles, se corta la barrera que se forma naturalmente en el fondo; entonces, con el cauce de Ferrara vacío, dichas aguas caen desde muy arriba, precipitándose con gran velocidad. Tal vez en un principio mantengan esa misma velocidad, o poco menos, al correr hacia el mar. “Sin embargo, luego de pocas horas, una vez lleno el Po de Ferrara y no hallando en él las aguas superiores tanta pendiente como al principio, ya no desembocan con la misma velocidad de antes, sino con una mucho menor; por tanto, empieza a salir del Po Grande un caudal mucho más reducido; y si con esmero comparáramos la velocidad del agua al realizarse el tajo con la adquirida después, cuando el Po de Ferrara ya está lleno de agua, hallaríamos que la primera era como quince o veinte veces mayor. Por tanto, el agua que abandonará al Po Grande, pasado del primer ímpetu, será tan solo la quinceava o veinteava parte de la que salía en un principio; con lo que las aguas del Po Grande en poco tiempo recuperará su altura original”. Que los que no se convenzan con este razonamiento –sigue diciendo fray Benedetto-, se molesten en observar, cuando se realice un tajo en la barrera de Bondeno, si esa bajada inicial de nivel en el Po Grande se conserva, o si más bien uno o dos días después se regresa casi al nivel de antes.4

Sigue Castelli analizando ventajas y desventajas de realizar el tajo: “Aun aceptando que las aguas del Po Grande bajen de altura al principio del desfogue, este beneficio resulta temporáneo, de unas cuantas horas. Si las crecientes del Po y los peligros de ruptura fuesen de poca duración, como ocurre generalmente en las crecidas de los torrentes, entonces el desfogue sería de alguna consideración; pero como las del Po duran treinta y a veces cuarenta días, la ganancia que resulta del desfogue acaba por ser de poca monta”. Y frente a este modesto beneficio, ¿cuáles son los inconvenientes? Castelli señala cuatro. Primero, que llenándose los cauces del Po de Ferrara –Primaro y Volano nace el peligro de desbordes en todo su curso, desde Bondeno hasta el mar. Segundo, que existe el riesgo de que el Po de Primaro ahogue los desagües naturales de los campos adyacentes, creando un serio problema de saneamiento en la zona. Tercero, que al bajar las aguas del Po Grande , las del Po de Ferrara se van refrenando progresivamente hasta estancarse y luego invierten su curso dirigiéndose hacia Stellata; y en la fase de estancamiento depositan sus acarreos en el lecho del río, elevándolo siempre más. Cuarto y último, que al encauzarse parte de las aguas del Po Grande hacia el de Ferrara, en el lecho del primero, aguas debajo de la derivación, se formaría naturalmente un levantamiento del fondo en forma de lomo transversal que luego estorbaría el escurrimiento y podría causar inundaciones aguas arriba.5

Concluye Castelli que “el provecho de este desfogue es muy inferior a lo que generalmente se supone; y además hallaremos, si no me equivoco, que de él resultan tantos perjuicios, que yo propondría grandemente a creer más conveniente cerrarlo del todo que conservarlo. Sin embargo, no me hallo tan encariñado con mi opinión que no esté listo a cambiar mi juicio frente a razones mejores”, siempre que se tome en cuenta “la importancia de la variedad de las velocidades del agua misma y lo necesario que es el conocimiento de aquellas para concluir la verdadera cantidad del agua corriente”. La recomendación surtió su efecto: los ferrarenses dejaron de cortar la barrera de Bodeno y el cauce del Po de Ferrara quedó definitivamente seco.

La gente che solcar soleva l’onda

or solca il letto del gran Fiume estinto.6

la gente que solía surcar la ola ahora “surca” el lecho del gran río difunto, escribiría luego Alessandro Tassoni en su poema jocoso La secchia rapita (El balde robado), poema que cuenta la heroica guerra de los de Bolonia en contra de los modenenses, para recuperar un balde de madera que estos últimos les habían quitado. Guerra inútil, por cierto, porque ese balde cualquiera puede contemplarlo todavía en la Ghirlandina, la gran torre de la linda catedral de la ciudad de Módena.

Los boloñeses, ahora que ya no había duque a quien reclamar, tuvieron que aguantar varias inundaciones del Reno. Sin embargo, allá por el año 1770, Giovanni Lecchi tuvo una gran idea: disponiéndose del cauce vacío del Po de Primaro, ¿por qué no echarle el del Reno, que así saldría directamente al mar Adriático sin pasar por el Po Grande? Despertose la burocracia pontificia, la obra se realizó, siguiendo el trazo que se ve en la fig. 52, y se acabaron los problemas. Hoy en día la mayor parte de las aguas del Reno se desvía al canal de irrigación llamado Emiliano-romañolo; y el tramo abandonado de dicho río, que aparece entrecortado en la figura, ha sido revestido, y se utiliza en doble sentido: de sur a norte para aliviar al Reno, echando al Po Grande sus sobrantes, cuando el gasto del río sobrepasa la capacidad del canal mencionado; de norte a sur para llevar al canal aguas del Po, levantadas por bombeo, cuando las del Reno son insuficientes para alimentarlo.

Opinión corriente entre los hidráulicos italianos del siglo XVIII era que fue justamente en la controversia del Reno, y en las discusiones técnicas a que ella dio lugar, donde tuvo su nacimiento la moderna “doctrina de las aguas”.

 

Cuadro de texto: Localización del Po, en la parte norte de Italia  y fotografía del Po a su paso por la provincia de Ferrara

 

   

Imágenes obtenidas de: http://es.wikipedia.org/wiki/Po

 

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