INTRODUCCIÓN

 

 

Arquímedes, obtenido de Winkipedia

No existe tal vez rama de la ingeniería que posea una historia tan rica como la hidráulica. Precisión de disponer para satisfacer necesidades básicas corporales y domésticas; utilización de vías marítimas o fluviales para el transporte, y cruce de ellas; irrigación de cultivos; defensa contra las inundaciones; aprovechamiento de la energía de corrientes; todo esto ha forzado al hombre, desde los tiempos más antiguos, a vérselas con el agua. No ha sido un trato fácil. El habitante urbano que la observa a diario, dócil a sus necesidades, bajar mansa de la llave, no tiene de su idiosincrasia. No imagina con cuánta paciencia y astucia hay que manejar a esta nuestra amiga-enemiga; cuán a fondo hay que entender su índole altiva para poder someterla y doblegarla; cómo hay que “dorarle la píldora” para reducirla a nuestra voluntad, respetando –sin embargo- la suya. Por eso, el hidráulico ha de ser, ante todo. Algo así como un psicólogo del agua, conocedor profundo de su naturaleza.

En efecto, no es con violencia como se puede hurtar sus secretos, sino con amor; con esa comprensión que se deriva de una larga convivencia con ella, tan larga, que ni la vida de un individuo, ni la de muchas generaciones, es suficiente. Hay que atesorar todo lo que la humanidad ha venido aprendiendo, a veces a costa suyo, dejándose sorprender; otras al intentar precaverse, realizando observaciones, ensayos, cálculos. Estos es lo que tratan de hacer los libros de texto, en los que se refiere a esos aspectos de la hidráulica que se considera pueden requerirse en su práctica actual. Sin embargo, dichos libros, con todos sus méritos, adolecen por lo general de un defecto: crear la ilusión de de una ciencia demasiado madura y segura de sí misma; que, algo alejada – a veces – de fenómenos que pretende dominar, olvida las limitaciones de sus principios y adquisiciones y hace que parezcan duraderos muchos de los que algún día, tal vez muy cercano, podrían ser puestos en duda o refutados.

De aquí el interés de someter la hidráulica a un examen retrospectivo, para descubrir cómo su evolución paulatina pasó a través de perplejidades y tropiezos, errores y aciertos, disputas; propuestas, aceptaciones y rechazo de hipótesis: transitoriedad y permanencia de teorías; para verla crecer desarrollarse hasta adquirir casi las características de ciencia exacta, y llegar a ser lo que hoy en día; sin perder la noción de la distancia que media entre lo que son realmente los fenómenos que pretendemos dominar y la interpretación que de los modelos de que disponemos – ya sea matemáticos o físicos – permiten darles.

Una reseña de este tipo revela, en las teorías existentes actualmente, el resultado de un largo y cansado proceso de desarrollo, con repetidos intentos de explicar racionalmente lo que la naturaleza sugiere, corregidos y perfeccionados a través de observaciones y mediciones más o menos precisas. Descubre los retrasos que pueden ocasionar un sesgo mental, como la preeminencia que los griegos atribuían al pensamiento sobre la experimentación; o bien un mal entendimiento de la esencia de fuerza y energía. Manifiesta el hecho de que fenómenos que, a pesar de ser relativamente secundarios han alcanzado popularidad – como el desagüe por un orificio – pueden acaparar, durante siglos, dedicación y esfuerzo de los mejores investigadores; mientras que otros mucho más importantes – por ejemplo, el efecto de la rugosidad del conducto sobre el escurrimiento – se dejan a un lado, pues se carece de una técnica de ataque adecuada. Delata casos donde se aceptan con toda buena fe principios que contradicen al sentido común más elemental – por ejemplo, la distribución parabólica invertida de las velocidades en un canal -, tan solo por una interpretación discutible de lo expuesto en un tratado famoso; y cómo conceptos erróneos así originados pueden transmitirse de un autor a otro, durante largo tiempo. Por encima de todo, entender la hidráulica a través de su evolución ayuda a apreciar debidamente lo que hoy  tenemos, y vislumbrar cuánto falta por hacer todavía.

El mayor enemigo del hombre actual parece ser no la bomba atómica, sino la ignorancia. No me refiero a la de los analfabetos, quienes más bien, por no saber leer, quedan inmunes a cierto tipo de propaganda y, por consiguiente, mejor capacitados para pensar y sentir en forma autónoma; aludo a la ignorancia de quienes hemos estudiado y creemos saber. Se trata de una ignorancia curiosa, fruto quizás de exceso de información. Nunca hemos tenido a nuestro alcance tantos conocimientos como hoy en día; pero son conocimientos prefabricados, que se ofrecen reunidos y sintetizados en enciclopedias, audiovisuales, programas de cómputo; que se tragan como píldoras, sin valuar cuánto de cierto o dudoso, efímero o permanente, hay en ellos. Mirar al presente olvidando el pasado nos vuelve demasiado seguros de nosotros mismos y, por tanto, inermes frente a un posible fracaso.

Un vistazo hacia  atrás es refrescante y provechoso. Resulta cautivador seguir la actividad de la mente de un investigador genial cuando se enfrenta con los desafíos del mundo que le rodea. Descubrimientos e invenciones se manifiestan más vivos e inteligibles en boca de su creador que en cien libros de texto. A los grandes, hay que escucharlos: “Llegada la noche –confesaba Maquiavelo a Francesco Vettori- regreso a casa y entro en mi estudio; y en la puerta me despojo de ese traje cotidiano, lleno de cieno y lodo, y me pongo paños reales y curiales; y, vestido convenientemente, ingreso en las antiguas cortes de los hombres antiguos, donde, recibidos amorosamente por ellos, pazco ese alimento que solo es mío, y yo nací para el donde me avergüenzo de hablar de ellos y preguntarles la razón de sus acciones; y aquellos, por su humanidad me contestan; y, en cuatro horas de tiempo, no siento aburrimiento, olvido todo afán, no me asusta la muerte: todo me transfiero en ellos.”

Por eso me he propuesto seguir la evolución de la hidráulica en sus vicisitudes, interrogando a quienes, fascinados por ella, se hicieron sus esclavos: filósofos y matemáticos, médicos e ingenieros; algunos atraídos por mero interés científico, otros para servir a sus semejantes. Sus hallazgos estuvieron ligados con la herencia recibida y las condiciones de su tiempo, medio ambiente y preparación, que he intentado –en lo posible- reconstruir. No pretendo haber agotado el tema, ni he sido del todo imparcial: los tópicos escogidos son aquellos que la experiencia y la afición me han sugerido; los autores, aquellos a los que he tenido acceso. El lector descubrirá fácilmente mi predilección por ciertos personajes, en primer lugar Galileo, de cuy pensamiento y escuela nació lo que puede considerarse una hidráulica racional, digna del nombre de ciencia; y me perdonará cuando, al encontrarme con uno de mis héroes, me detengo, callo, e invito a que se le escuche.

Quisiera que quien lee vuelva a vivir conmigo esa empresa ciclópea que ha sido llevar la hidráulica al estado en que hoy se encuentra, aprecie sus logros y, -al mismo tiempo- reconozca el camino que falta por andar. Me agradaría que el estudiante note lo jóvenes de poco más de veinte años –Newton, Bernoulli, Lagrange- fueron capaces de realizar, a veces en condiciones más adversas que las que nos rodean; que el ingeniero valore mayormente la ciencia de que dispone; que el investigador penetre el pensamiento de los colegas que lo precedieron, sus dudas y certezas, éxitos, y –sobretodo- esos fracasos que hoy se prefieren callar, pero los cuales tanto se aprende; que el lector que no es ni estudiante, ni ingeniero, ni investigador, sino que tiene alguna afición por lo que el agua representa para la humanidad y los problemas que le plantea, se dé cuenta de lo que la hidráulica es y nos ha costado. En general, he evitado expresar mi juicio acerca de las posibles causas de resultados dudosos o falsos, ya sean teóricos o experimentales, obtenidos por ciertos investigadores; pero he presentado toda la información que he podido hallar acerca de las hipótesis en que se han apoyado los primeros, y de las condiciones en que los segundos fueron realizados. Invito a los jóvenes a que intenten explicar ellos mismos las razones de las dificultades encontradas y dirimir las controversias, repitiendo –si es necesario- los experimentos descritos.

En la bibliografía, al final del libro, no aparece citada una obra, la cual, aun no correspondiéndole referencia explicitas, merece una mención muy especial: la History of hydraulics, de Hunter Rouse y Simon Ince; obra sumamente valiosa, cuya ayuda ha facilitado mucho mi trabajo.

Agradezco al Instituto de Ingeniería de la UNAM el patrocinio; al Instituto de Hidráulica del Politécnico de Milán –en particular, a su director Duilio Citrini- las facilidades que se me otorgaron para la consulta y reproducción de valiosas pertenencias de su biblioteca; a Patricia Peña la obtención de copias de otros documentos antiguos; finalmente, a Alfonso Gutiérrez, Pedro Saucedo y René Olvera su ayuda en la preparación de las figuras, a Margarita López Herranz la revisión de estilo, y a Rosario Enciso la transcripción mecanográfica –labores realizadas por todos ellos con interés, dedicación y cariño.

México, D.F., diciembre 1985

Enzo Levi

 

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