MISIÓN EN PARÍS Venturi se había granjeado la simpatía y confianza de los modenenses. Además de su cátedra, a la cual se agregó la de física experimental, recibió los nombramientos de asesor de la Casa de Moneda e ingeniero estatal, y esto lo llevó a realizaciones de hidráulica práctica. Como físico, se ocupó de óptica, acústica y electricidad natural. En la introducción a sus apuntes sobre esta última materia, hallamos explicada la diferencia entre la concepción de investigación científica de su tiempo, que era la del Iluminismo y que él compartía, y la anterior: “Ahora se piensa que el estudio de la naturaleza no se parece a canales que, saliendo de una toma común, se ramifican para regar los campos, sino más bien a arroyos que, recolectando en cada esquina diminutas gotas de lluvia, se hinchan poco a poco y se vuelven río. Se piensa que antes de razonar con base en los principios hay que afanarse en deducirlos, y esto no volando en tres brincos de unos pocos elementos a los axiomas más generales, sino elevándose con paciencia indecible sobre la pista de la observación y de la experiencia, doblando donde ella dobla, deteniéndose donde ella calla; hasta que poco a poco se vaya construyendo en edificio que la naturaleza no desdeñaría reconocer como suyo propio”69. En su tranquila vida de enseñanza, estudio e investigación, Venturi alcanza la edad de cincuenta años, cuando en 1796 el ejército francés, al mando de Napoleón, entra en el valle de Po. A mediados de abril los piemonteses son derrotados; a mediados de mayo los franceses están en Milán; en junio, sus casacas azules remplazan en Módena las blancas de los austriacos que abandonan la ciudad. ¿Quiere el duque Ércole Rinaldo un armisticio? Que se comprometa en desligarse totalmente de Austria y además desembolse diez millones de francos. El duque se desespera: ¿de dónde un estado minúsculo y necesitado como el suyo puede sacar esa suma astronómica? Que vea por favor el general Bonaparte si puede reducirla un poco, digamos a la mitad. Pero el susodicho general contesta que la cosa no depende de él; que él solo recibe órdenes del Directorio, y que si rebaja se quiere hay que gestionarla en París con esos señores. Ércole Rinaldo llama al conde de San Romano, su hermano natural, y le encarga ir como plenipotenciario a tratar el asunto; pero el conde necesita un buen secretario: un hombre inteligente, capaz y que domine perfectamente el francés. ¿Qué tal si te llevas al abad Venturi?” Venturi está encantado con la propuesta: por fin poder ir a París, el sueño de su vida. Allí podrá ver al astrónomo Lalande, a quien había escrito hacía muchos años para conseguir un ejemplar de toesa –la unidad de medida de longitud de entonces- verificada con el patrón de la Academia, y que se lo había remitido en 1783 con tanta atención. Seguramente Lalande lo presentaría a sus colegas y, ante todo, al abad Bossut, decano de los hidráulicos franceses, con quien discutiría los resultados de sus investigaciones. Embajador y secretario llegan a París luego de un largo y pesado viaje en carroza, y se presentan al Directorio; pero las cosas se ponen difíciles desde el principio: ese Bonaparte no cumple con las instrucciones y no informa de lo que hace; hay que consultarlo. Pasan meses y nada se concluye; mientras tanto el buen Venturi recorre la ciudad, ve, observa, se informa. París 1796, ciudad asombrosa donde todo sabe a nuevo. Pasó el huracán barrió con todo: costumbres, instituciones, mitos, modos de pensar y actuar que el hábito hacía parecer normales, pero que ahora se ve cuán estúpidos e injustos eran. Es el momento donde todo se puede corregir y hasta rehacer; la gran oportunidad, que puede tardar mil años en presentarse de nuevo, para los que son y los que se sienten jóvenes. Todos quieren aprender, y los que saben, enseñar a los demás. A diario se ofrecen lecciones públicas gratuitas de física, historia natural, matemáticas, arquitectura; incluso se ven pegados en las paredes avisos que brindan a todo el que se interese, y también gratis, clases particulares sobre ciencias, filosofía, artesanías, música79. Los profesores universitarios escriben y publican apuntes de sus clases. Lagrange ya no lamenta haberse mudado de Berlín a París, como cuando en los años malos se reprochaba golpeándose la cabeza: “tu l’as voulu” (tu lo quisiste); llamado a enseñar en la flamante Escuela Normal destinada a formar los miles de maestros que el país necesita, ofrece sus admirables clases de álgebra avanzada y cálculo, que los jóvenes siguen embelesados, aun cuando las encuentran demasiado abstrusas80. El anciano Lalande comenta conmovido: “Nuestros jóvenes empiezan estudiando preferentemente las ciencias abstractas. En los cincuenta años que he estado enseñando aquí y observando el estado de la educación, nunca he visto a tantos estudiantes de matemáticas como hoy en día”81. En Italia la situación se precipita: se descubre que el duque de Módena, en cuyas venas corre sangre habsbúrgica, ha faltado a su palabra, ayudando en secreto a los austriacos. El armisticio queda roto y el 8 de octubre el ducado se anexa a la República Traspadana, cuyo gobierno se apresura a suprimir cargos y suspender emolumentos a ese novel diplomático –criatura del duque- que se encuentra en París. Pero a Venturi ¿qué le importa?; él está feliz: libre y totalmente dueño de su tiempo, como un escolar en vacaciones, frecuenta a científicos, escribe memorias, asiste a cursos. Napoleón ha despojado a la Biblioteca Ambrosiana de Milán de toda su colección de escritos de Leonardo da Vinci, incluyendo el célebre Códice Atlántico, y los ha enviado a París. Un enorme interés se despierta en la capital francesa; pero ¿quién los entiende, con ese italiano anticuado, abreviado y escrito al revés en que están redactados’ Para Venturi es una oportunidad fabulosa poder hojear esas páginas invaluables: ofrece estudiar lo que en ellas haya de interés para las ciencias físicas y matemáticas; se encierra con los códices, trabaja día y noche, publica un ensayo donde aparecen la traducción de los trozos interesantes y su análisis. Logra, como era su anhelo, conocer al antes abad, ahora “ciudadano”, Charles Bossut, hombre alegre y afable de 66 años de edad, renombrado autor del más conocido manual de hidráulica de la época, “Traité élémentaire d’ hydrodynamique” (Tratado elemental de hidrodinámica), manual que se había publicado en 1771, con tanto éxito que ya habían salido dos ediciones más. El subtítulo del libro es el siguiente: “obra en la cual la teoría y la experiencia se esclarecen y suplen mutuamente”; y en efecto, su segundo tomo contiene una descripción detallada de muchos experimentos realizados por el autor en la escuela de ingenieros militares que antes de la revolución se hallaba en Mecieres, cerca de la frontera de Francia con lo que hoy es Bélgica, entonces parte del imperio Austriaco. Se trata de experimentos con orificios, tuberías de diferentes diámetros y longitudes, y canales de laboratorio; experimentos de los cuales se ofrece una descripción ordenada y cuidadosa, seguida por “reflexiones” donde el autor intenta justificar de manera razonada los resultados.
Sin embargo, a diferencia de Venturi, cuya actitud hacia la teoría bien conocemos, Bossut, que se precia de ser ante todo matemático, pregona que primero viene la teoría y luego el experimento, nunca viceversa; y esto lo lleva a veces a explicaciones complicadas y controvertidas. Por ejemplo, luego de haber descrito sus ensayos sobre el desagüe de un orificio de fondo, utilizando un dibujo muy semejante al de Daniel Bernoulli (fig. 38) {ver El enigma de la columna doble} que muestra en el tanque trayectorias verticales a partir de la superficie, comenta: “La tendencia universal de las partículas fluidas hacia el orificio es consecuencia necesaria de su perfecta movilidad… A las partículas que salen les siguen otras que las remplazan paso a paso. Pero se concibe que tal reemplazo no puede realizarse en un instante indivisible. Así, hablando con rigor geométrico, a partir del primer instante del escurrimiento, debe de formarse en alguna parte de la superficie un pequeño hundimiento hacia el cual las partículas circundantes tienen una tendencia algo a aquella que un cuerpo colocado sobre un plano inclinado posee para bajar, por pequeña que sea la inclinación de dicho plano… En los escurrimientos a través de orificios horizontales, la presión del aire tiende a ensanchar el hundimiento. En efecto, la atmósfera oprime con su peso la superficie del agua. La columna vertical de aire que corresponde al orificio se introduce en el pequeño hundimiento o embudo que se forma en el mismo lugar. Esta columna sería equilibrada por el esfuerzo contrario de la columna de aire ubicada por debajo del orificio si esta desarrollara libremente toda su acción; pero, como el agua al caer rechaza el aire y destruye una pequeña parte de su reacción, la primera columna debe aventajar un poco la segunda. De donde se desprende que, si las partículas que acuden de todos lados hacia el orificio para alimentar el escurrimiento no poseen velocidad suficiente para impedir el efecto de esta desigualdad de presión sobre las dos columnas de las cuales se acaba de hablar, el embudo se ensanchará…”82 Mucho enredo para no aclarar nada: embudo, plano inclinado, diferencia de presión. De hecho, Bossut mezcla dos fenómenos distintos porque, como todos comprobamos al vaciar el lavamanos, el desagüe puede producirse bajo dos circunstancias mutuamente excluyentes: ya sea avanzando las partículas fluidas directamente hacia el orificio, o bien, especialmente cuando los tirantes son bajos, con la formación de un vórtice por encima del orificio mismo; y solo en este último caso aparece, por efecto centrífugo, el hundimiento en forma de embudo a que Bossut hace referencia, y puede crearse una depresión central importante. La revolución ha suprimido buena parte de las instituciones monárquicas; entre ellas, La Real Academia de Ciencias, que ha remplazado por el Instituto Nacional, dividido en tres clases. La primera, físico-matemática, se divide en diez secciones, cada una con seis miembros. Bossut, que pertenece, con Lagrange, Laplace, Borda, Legendre y Delambre, a la de los matemáticos, lleva a Venturi a presenciar algunas asambleas. Estas llamaban la atención de los visitantes extranjeros por su animación: “la sesión no posee la calma que caracteriza nuestras reuniones académicas al otro lado del Rín –comentaba un alemán-, en las cuales un miembro generalmente lee una disertación mientras sus colegas hojean libros, leen trabajos o chismean entre sí”83. “En su manera de debatir –observa un danés- el Instituto se parece a las sociedades inglesas: todo individuo que quiera hablar pide la venia del presidente, al cual dirige su discurso, y todo individuo habla siguiendo el orden que si inclinación le sugiere. Así esos debates se llevan con orden, decoro y respeto mutuo”84. Sin embargo, en determinadas ocasiones, agregaba el alemán, “se hacen comentarios agudos, vivaces y hasta mordaces”83. Con los académicos, Venturi habla de sus experimentos y de sus principios; lo instan para que presente una memoria al respecto, y él redacta el trabajo “Recherches expérimentales sur le principe de la comunication latérale du mouvement dans les fluides” (Investigaciones experimentales sobre el principio de la comunicación lateral del movimiento en los fluidos). Según las normas del Instituto, hay que nombrar un comité revisor; y se designan, además de Bossut, a Coulomb y Prony. Charles Agustin Coulomb (60 años), que había trabajado mucho tiempo como ingeniero hidráulico, era un acreditado miembro de la sección de física experimental; Gaspard Riche de Prony (41 años), miembro de la de mecánica, era la sensación del momento. Tomas Bugge, astrónomo danés enviado en 1798 a París para participar como representante de su país en la comisión encargada de establecer el sistema métrico decimal, fue a la Escuela Politécnica para oírlo y nos dejó esta nota: “Escuche las clases de Prony sobre hidráulica, particularmente acerca del movimiento de fluidos por tuberías y de las ondas. Este hombre extraordinario ofrece la presentación más impresionante y cautivadora que se pueda imaginar. En el curso del año pasado imprimió sus clases en un libro, con teoremas y problemas relacionados con los temas tratados y un esquema o bosquejo de las clases mismas. En el año VII, Prony inició un curso en el cual se proponía demostrar las teorías hidráulicas en general. Yo oí algunas de sus clases, que eran excelentes; aunque me temo que pocos de sus oyentes (cerca de veinte en total) serán capaces de seguirlo”85. Bossut, Coulomb y Prony se reúnen, consideran la memoria de Venturi y redactan un informe que concluye: “Pensamos… que la clase (física-matemática), encomiando los trabajos del ciudadano Venturi, debe comprometerlo a publicarlos, en cuanto pueden servir al progreso de la hidráulica. Redactado en el Instituto Nacional el 21 de fructidor, año V de la República”86. Y efectivamente en el año VI, es decir 1797, la memoria se imprime en París. Las victorias francesas en Italia han aplastado a los austriacos, y estos piden la paz, que se sanciona en octubre del mismo año de 1796, con el tratado de Campoformio. Venturi pide a Lalande y al químico Fourcroy, miembros en ese momento de una comisión que estudia la reorganización de la enseñanza en Francia, sendas cartas de recomendación para Bonaparte. “Luego de un año transcurrido entre nosotros –escribe Fourcroy- {Venturi} ha dejado el más alto concepto de sus talentos y de su celo para el progreso de la cultura”. Confiado en poder así recuperar su buena y pacífica cátedra en Módena, nuestro hombre viaja a Milán69.
Imágenes obtenidas de: http://panizzi.comune.re.it/news/2001/IMAGE/VenturiP.gif , http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/54/Venturifixed2.PNG , http://en.wikipedia.org/wiki/Charles_Bossut y http://es.wikipedia.org/wiki/Gaspard_de_Prony |
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