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Este es
un libro maravilloso, es decir: admirable, extraordinario.
Para mayor virtud, no es libro espléndido: no es abundante, magnificente
u ostentoso. Es un libro lleno de valor literario, científico,
histórico, moral. Es también un libro humanista. Es la historia de la
hidráulica como motivo para contar, guardando justa proporción entre lo
conceptual y lo anecdótico, una historia del intelecto y sus logros. Es
una historia relatada, además, con elocuencia, esa capacidad de
comunicación que así se muestra no solo compatible, como lo es, con la
ciencia y la ingeniería, sino eficaz instrumento de ellas. Una historia
con el toque de gozo y maravilla que es tan infrecuente en las obras
académicas.
Es, pues,
una hermosa obra, escrita para el placer y el provecho, por un maestro
(mexicano por decisión) de la ciencia y la ingeniería.
En ella
se relatan vívidamente casi 2 300 años de pensamiento científico sobre
el comportamiento físico del agua, desde Arquímedes hasta estos días.
Matizada por la historia de grandes avances y pequeños, gratuitos
retrocesos, ésta es también una lección sobre lo efímero de muchas
teorías y lo duradero de otras.
Todo el
relato está guiado por un hilo conductor: el mérito de la racionalidad y
la experimentación, dos valores renacentistas …. en cierto sentido. En
efecto, apenas durante el Renacimiento la racionalidad y la
experimentación se desarrollaron y reconocieron socialmente como medios
de conocimiento superior a la escolástica y el pensamiento mágico; sin
embargo, racionalidad y experimentación siempre han sido actitudes y
valores intrínsecos de los seres humanos. Por otro lado ¡qué duda cabe
de la pervivencia de la escolástica y la magia como actitudes también
muy humanas, sea en nuestros días o en los días de Saint-Venant, en los
que “por cierto sucede que donde no está la razón su lugar lo toma el
griterío”! Pero esto no importa tanto. Después de todo, racionalidad y
experimentación han dado coherencia a la historia de la humanidad, como
lo dan a los relatos de este libro.
Ahí estará, para mostrarlo, la aventura de Galileo, primer científico en
el sentido actual; primer ingeniero. Mírese lo nuevo del método de
Galileo y como éste lo sostiene a pesar de las objeciones de Descartes,
menos moderno. Nótese la modernidad del Galileo viejo frente a los
prejuicios del Descartes joven.
Ahí está, como prueba, la derrota de las ideas puras (Aristóteles) por
el experimento (Torricelli).
Y está también la falibilidad humana, y el retroceso: la noción del
cambio de energía potencial a energía cinética, noción que fue menos
certera en el joven genio (Newton) que en el experimentador (otra vez
Torriceli).
Pero no todo se inclina a favor de las vivencias inmediatas y de los
pies en la tierra, aunque sí, siempre, en pro de la racionalidad. Ahí
está la historia de la recomendación de Tadini, hidráulico viejo y
aislado, a los habitantes de un valle del otro lado del Atlántico: para
evitar las inundaciones del México virreinal, no desagües, sino bordos
de protección y conservación del agua dentro del valle (juicio basado en
una elegante estimación de ciertos órdenes de magnitud; es decir, el
viejo arte del ingeniero).
El agua según la ciencia
es una obra de arte sobre la ciencia: placentera y útil desde la poética
cita inicial de Joyce hasta la reflexión final sobre Leonardo. Una obra
para ser leída por cualquiera que se considere educado y sensible.
He aquí, pues, una obra de amor por la ciencia, por quienes la hacen y
por quienes la usan. “Porque en verdad el gran amor nace del
conocimiento profundo del objeto que se ama; y si tu no la conoces, poco
o nada podrás quererlo”.
DANIEL RESENDIZ NUÑEZ
JAMES JOYCE, ULISES
¿Qué es lo que admiró Bloom, amante del agua, chupador de agua,
aguatero, volviendo al fogón?
Su universalidad; su democrática igualdad y su naturaleza fiel a sí
misma que la a buscar su propio nivel; su vastedad oceánica sobre la
proyección de Mercator; su insondable profundidad en la fosa de Sundam,
en el Pacífico, que excede de las 8,000 brazas; el incansable movimiento
de sus olas y partículas de su superficie, que visitan por turno todos
los puntos de sus orillas; la independencia de sus unidades componentes,
la variabilidad de los estados del mar; su hidrostática calma en tiempo
de bonanza; su dilatación hidrocinética en las aguas muertas y en las
grandes mareas; su subsistencia siguiendo a sus furias; su esterilidad
en los congelados casquetes circumpolares: ártico y antártico; su
importancia climática y comercial; su preponderancia de 3 a 1 sobre la
tierra del globo; su indiscutible hegemonía que se extiende por leguas
cuadradas sobre toda la región por debajo del trópico subecuatorial de
Capricornio; la milenaria estabilidad de su fosa primitiva; su lecho
fangosoleonado; su capacidad para disolver y mantener en suspensión
todas las sustancias solubles incluyendo millones de toneladas de los
más preciosos metales; sus lentas erosiones de penínsulas y promontorios
tendientes al descenso; sus depósitos de aluvión; su peso, su volumen y
densidad; su imperturbabilidad en las laguas y lagos de altitud; sus
gradaciones de color en las zonas tórridas, templadas y frías; su
vehicular sistema de ramificaciones continentales, cursos de agua que
atraviesa lagos, y ríos cuyos cauces crecen por los afluentes en su
camino hacia el océano, y corrientes transoceánicas; el Gulfstream,
corrientes al norte y al sur del ecuador, su violencia en los maremotos,
tifones, pozos artesianos, erupciones, torrentes, turbiones, crecientes,
trombas, corrientes subterráneas, líneas de división de las aguas,
bajantes de las aguas, géiseres, cataratas, vorágines, maëlstroms,
inundaciones, diluvios, lluvias torrenciales; su vasta curva
circunsterrestre a horizontal; el misterio de sus saltos, su humedad
latente revelada por instrumentos rabdomantes e higrométricos,
evidenciada por la cavidad en el muro de la puerta de Ashton, la
saturación del aire, la destilación del rocío, la simplicidad de su
composición; dos partes constitutivas de hidrógeno por una parte
constitutiva de oxigeno; sus virtudes curativas; la flotabilidad en las
aguas del Mar Muerto; su perseverante infiltración en arroyuelos,
canales, presas deficientes, vías de aguas en los navíos; sus
propiedades para limpiar, apagar la sed y el fuego, nutrir la
vegetación; su infalibilidad de paradigma y parangón; sus metamorfosis
en vapor, bruma, nube, lluvia, cellisca, nieve, granizo; su fuerza en
los rígidos diques; su variedad de forma en los lagos y las bahías y los
golfos y las caletas y los estrechos y las lagunas y los atolones y los
archipiélagos y las profundidades y los fiordos y los estuarios y los
brazos del mar; su dureza en los glaciares, icebergs y témpanos
flotantes; su docilidad para el trabajo en las máquinas hidráulicas, las
ruedas de molino, las turbinas, los dínamos, las usinas de energía
eléctrica, los lavaderos, las curtidurías, los establecimientos
textiles; su utilidad en los canales, ríos navegables, diques secos y
flotantes; su potencialidad comprobable considerando las mareas o los
cursos de agua cayendo de nivel en nivel; su fauna y flora submarinas (anacústica
y fotófoba), verdaderos habitantes del globo si no por la importancia
por el número; su ubicuidad ya que ella constituye el 90% del cuerpo
humano; lo nocivo de sus flujos lacustres, los pantanos pestilentes, el
agua descompuesta de los floreros, los charcos estancados en la luna
menguante.
James Joyce, Ulises
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